Sons of Anarchy
es una serie entretenida. Algo que en un medio radicalmente comercial
como la televisión no es moco de pavo. Lo aplaudo. Soy fiel a la cita,
he comprado sus DVDs y escribo las reseñas de rigor. Fan. Pero, no nos
engañemos, ahí se queda, en entretenida. Y su problema -porque es un
problema- es que siempre promete más, que se toma demasiado en serio a
sí misma adornándose con violetas shakesperianas, guitarreos de western, polvareda de road-movie y sofocos de tragedia griega. Son los tachones que definen a Sons of Anarchy (en España por Fox Crime). Poco que tengo que añadir a los problemas de fondo que analizaba ahí entonces.

Tras cinco temporadas, parece evidente que la obra de Kurt Sutter alcanzó su techo en las dos primeras (yo soy de los que disfrutó más la uno que la dos, ojo). Jamás dio el salto que anunciaba su ambición. De hecho, si obviamos la empanadilla irlandesa del tercer año, SoA siempre ha dado vueltas en círculos. Vaaale, en espiral. El caso es que la trama no hace avanzar los personajes
y eso implica un motor gripado. Repite los mismos acelerones, ingenia
curvas de guión que complican el circuito artificialmente… para acabar
regresando a boxes una y otra vez. (Espoilers de la quinta temporada a partir de aquí) Por ejemplo, lo de Jax con Tig y Pope es una variante del timo a la agente Sthal y cía de hace dos años y, si apuramos, hasta de la salida de armario de Romeo y Torres de la cuarta temporada.
Esta entrega ha tenido un pelín menos de
gas, con un ritmo más dilatado (no ha ayudado que los últimos cuatro
capítulos hayan ascendido a la hora de metraje, la verdad) y una trama
muy enrevesada. Pero lo malo no es multiplicar los conflictos, sino
buscar salidas de emergencia que parecen gratuitas. Por ejemplo, en el
penúltimo capítulo se monta una pelotera con el IRA y los cutis
imposibles del cartel que, jo, no había por dónde cogerla. Tipos que
trafican con millones de dólares y AK-47 no pueden ser tan patosos de
repente, ¿no? En ese caso, es evidente que el relato reclamaba un
revulsivo para ahondar en la pugna interna de Jax Teller, por eso después los irlandeses secuestran a Wendy, ésta alerta a Tara y bla, bla, bla.
Es decir, hay un conflicto potente -el
progresivo oscurecimiento del alma de quien ostente el liderazgo de
SAMCRO, al fin y al cabo, la corrupción del poder; “puede que no sea tan
diferente”, le espeta Jax a Bobby en la conversación clave de la season finale-
que se espolea con situaciones de saldo. Así lo que se consigue es
restar impacto dramático y convertir al personaje principal en una
silueta caprichosa, que adelanta haciendo eses. Hay más ejemplos
similares que pueden ilustrar lo que digo. Toda la rabia de Tig -y la venganza de Pope-
está relacionada con un personaje que ni nos va ni nos viene. Claro que
quemar viva a una hija resulta espeluznante, pero aquí queda en agua de
borrajas precisamente porque Tig nunca se nos había
mostrado como un tipo muy maternal precisamente; yo ni recuerdo con
precisión cuándo había aparecido su hija antes… El mismo desequilibrio
se puede aplicar a la rocambolesca subtrama de Clay que acaba con la vida de la esposa del sheriff Roosevelt o a las extrañas visitas de la doctora Knowles para apaciguar a Otto Delaney. Siempre hay tuercas que no encajan.
(Fuente: EW.com)
Más empaque tiene uno de los momentos clave de la temporada: la muerte de Opie
(5.3.). El show estaba pidiendo a gritos un suceso así, algo que
rompiera la baraja e hiciera llover mierda y fuego. Es sorprendente, la
escena tiene fuerza, pero el terremoto se queda corto en la escala de
Richter. La sombra de una tragedia así tiene consecuencias (están
cargándose culpables durante dos o tres capítulos), pero debería haber
acarreado mucha mayor resonancia en los personajes. Para ser estrictos:
tendría que haber hecho pedazos la mitología, las lealtades internas,
hasta el punto de que Jax rompiera amarras con el
Motorcycle Club. Es un suceso radical… que aquí es tratado como otro
más, algo más grave, sí, pero simplemente otro más.
Problemas similares se pueden detectar
prácticamente en cualquier trama de la serie. Hay elementos que
funcionan bien y generan tensión combinados con otros que, uy, a veces
dan hasta risa (lo de la semi-negritud de Juice gana todos los premios). El caso Gemma Teller
merece comentario aparte. Su desquiciado personaje de este año ha
traicionado la psicología retratada a lo largo de 4 temporadas, aquella
abeja reina fiera y manipuladora. Constituye un ejemplo insigne de la
queja que recogía The Daily Beast: personajes femeninos con garra que han terminado convertidos en clichés sin brillo.
En efecto: Sons of Anarchy quedará definida por sus borrones. Una pena.
————-
Otras consideraciones:
-El elenco actoral sigue resultando muy atractivo. Le falta credibilidad a Charlie Hunman cuando se pone gritón pero, a cambio, ha ganado hondura y tormento el Bobby Munson interpretado por Mark Boone Junior:
“No se trataba de ser lo suficientemente listo para dañarle. Se trataba
de ser lo suficientemente inteligente para NO dañarle. Tenías una
oportunidad de ser diferente” (5.13.).
-Lo realmente interesante llega con secundarios e invitados. Que Rockmond Dunbar es un pedazo de actor ya lo sabíamos, pero hay que dar un minipunto para Jimmy Smits como chulo de guardería y otro para Harrold Perrineau por el traje impoluto de Damon Pope. En la categoría de invitados, Walton Goggins
realizó el cameo del año en un canalillo tan inesperado y
desternillante que hasta se oyen las carcajadas del resto de actores.
Vean, vean. Hacia el tramo final, asomó la cabeza Donal Logue, el inolvidable protagonista de la añorada Terriers,
un tipo con presencia y gravedad en la mirada; su continuidad para el
próximo año es una excelente noticia. [No, la aparición de Joel McHale no resultó especialmente memorable: ni su insípido personaje ni su actuación, sorry].
-Estéticamente, Sons of Anarchy
es una serie enfática y autoconsciente. A veces, demasiado. Las
secuencias musicales de montaje solían funcionar de vicio, pero llevan
años cansando de tanto abusar de ellas. La única realmente memorable
para mí fue la que cierra “Darthy” (5.12.), el momento emocional más conseguido del año junto con la despedida de Opie. Con ese aroma de spaguetti Morricone, la imponente “The Whistler” refuerza la caída de Clay Morrow
y la tragedia anticipada del resto del club. Ay, esa imaginería
espectacular y rabiosa que tanto nos cautivó en los albores de la serie…
-Por cierto, para tener más de sesenta tacos, en esa escena queda claro que Ron Perlman está mazadísimo.
-Si el año pasado se despidieron con una versión libre del clásico de The Animals, esta vez han remozado el “Simpathy for the Devil” de los Stones. Me mola.
-¿Quién creéis que ha arrojado a Tara al trullo? ¿La pérfida Gemma para recuperar a sus nietos o el prometedor Lee Toric para vengar a su hermana? Quiero apostar por la Teller.
-Me cuesta tragarme que un psicópata como Tig Trager
esté tan concienciado con la defensa de los perros de pelea. ¡Si
durante muchos momentos de la serie se ha comportado como el dueño de la
perrera, demonios! Esto debe de ser la adaptación motera de los
gángsters que lloran en la ópera.
-”It’s so wrong“, tenían por lema en The Shield, sobre todo cuando el amigo Sutter
maquinaba alguna de sus burradas. Aquí han obsequiado muchas a lo largo
de cinco años; la de la lengua en el cristal -una estupidez para evitar
declarar si lo analizamos con un mínimo de lógica- gana por goleada.
Sons of Anarchy
es una serie entretenida. Algo que en un medio radicalmente comercial
como la televisión no es moco de pavo. Lo aplaudo. Soy fiel a la cita,
he comprado sus DVDs y escribo las reseñas de rigor. Fan. Pero, no nos
engañemos, ahí se queda, en entretenida. Y su problema -porque es un
problema- es que siempre promete más, que se toma demasiado en serio a
sí misma adornándose con violetas shakesperianas, guitarreos de western, polvareda de road-movie y sofocos de tragedia griega. Son los tachones que definen a Sons of Anarchy (en España por Fox Crime). Poco que tengo que añadir a los problemas de fondo que analizaba ahí entonces.

Tras cinco temporadas, parece evidente que la obra de Kurt Sutter alcanzó su techo en las dos primeras (yo soy de los que disfrutó más la uno que la dos, ojo). Jamás dio el salto que anunciaba su ambición. De hecho, si obviamos la empanadilla irlandesa del tercer año, SoA siempre ha dado vueltas en círculos. Vaaale, en espiral. El caso es que la trama no hace avanzar los personajes
y eso implica un motor gripado. Repite los mismos acelerones, ingenia
curvas de guión que complican el circuito artificialmente… para acabar
regresando a boxes una y otra vez. (Espoilers de la quinta temporada a partir de aquí) Por ejemplo, lo de Jax con Tig y Pope es una variante del timo a la agente Sthal y cía de hace dos años y, si apuramos, hasta de la salida de armario de Romeo y Torres de la cuarta temporada.
Esta entrega ha tenido un pelín menos de
gas, con un ritmo más dilatado (no ha ayudado que los últimos cuatro
capítulos hayan ascendido a la hora de metraje, la verdad) y una trama
muy enrevesada. Pero lo malo no es multiplicar los conflictos, sino
buscar salidas de emergencia que parecen gratuitas. Por ejemplo, en el
penúltimo capítulo se monta una pelotera con el IRA y los cutis
imposibles del cartel que, jo, no había por dónde cogerla. Tipos que
trafican con millones de dólares y AK-47 no pueden ser tan patosos de
repente, ¿no? En ese caso, es evidente que el relato reclamaba un
revulsivo para ahondar en la pugna interna de Jax Teller, por eso después los irlandeses secuestran a Wendy, ésta alerta a Tara y bla, bla, bla.
Es decir, hay un conflicto potente -el
progresivo oscurecimiento del alma de quien ostente el liderazgo de
SAMCRO, al fin y al cabo, la corrupción del poder; “puede que no sea tan
diferente”, le espeta Jax a Bobby en la conversación clave de la season finale-
que se espolea con situaciones de saldo. Así lo que se consigue es
restar impacto dramático y convertir al personaje principal en una
silueta caprichosa, que adelanta haciendo eses. Hay más ejemplos
similares que pueden ilustrar lo que digo. Toda la rabia de Tig -y la venganza de Pope-
está relacionada con un personaje que ni nos va ni nos viene. Claro que
quemar viva a una hija resulta espeluznante, pero aquí queda en agua de
borrajas precisamente porque Tig nunca se nos había
mostrado como un tipo muy maternal precisamente; yo ni recuerdo con
precisión cuándo había aparecido su hija antes… El mismo desequilibrio
se puede aplicar a la rocambolesca subtrama de Clay que acaba con la vida de la esposa del sheriff Roosevelt o a las extrañas visitas de la doctora Knowles para apaciguar a Otto Delaney. Siempre hay tuercas que no encajan.
(Fuente: EW.com)
Más empaque tiene uno de los momentos clave de la temporada: la muerte de Opie
(5.3.). El show estaba pidiendo a gritos un suceso así, algo que
rompiera la baraja e hiciera llover mierda y fuego. Es sorprendente, la
escena tiene fuerza, pero el terremoto se queda corto en la escala de
Richter. La sombra de una tragedia así tiene consecuencias (están
cargándose culpables durante dos o tres capítulos), pero debería haber
acarreado mucha mayor resonancia en los personajes. Para ser estrictos:
tendría que haber hecho pedazos la mitología, las lealtades internas,
hasta el punto de que Jax rompiera amarras con el
Motorcycle Club. Es un suceso radical… que aquí es tratado como otro
más, algo más grave, sí, pero simplemente otro más.
Problemas similares se pueden detectar
prácticamente en cualquier trama de la serie. Hay elementos que
funcionan bien y generan tensión combinados con otros que, uy, a veces
dan hasta risa (lo de la semi-negritud de Juice gana todos los premios). El caso Gemma Teller
merece comentario aparte. Su desquiciado personaje de este año ha
traicionado la psicología retratada a lo largo de 4 temporadas, aquella
abeja reina fiera y manipuladora. Constituye un ejemplo insigne de la
queja que recogía The Daily Beast: personajes femeninos con garra que han terminado convertidos en clichés sin brillo.
En efecto: Sons of Anarchy quedará definida por sus borrones. Una pena.
————-
Otras consideraciones:
-El elenco actoral sigue resultando muy atractivo. Le falta credibilidad a Charlie Hunman cuando se pone gritón pero, a cambio, ha ganado hondura y tormento el Bobby Munson interpretado por Mark Boone Junior:
“No se trataba de ser lo suficientemente listo para dañarle. Se trataba
de ser lo suficientemente inteligente para NO dañarle. Tenías una
oportunidad de ser diferente” (5.13.).
-Lo realmente interesante llega con secundarios e invitados. Que Rockmond Dunbar es un pedazo de actor ya lo sabíamos, pero hay que dar un minipunto para Jimmy Smits como chulo de guardería y otro para Harrold Perrineau por el traje impoluto de Damon Pope. En la categoría de invitados, Walton Goggins
realizó el cameo del año en un canalillo tan inesperado y
desternillante que hasta se oyen las carcajadas del resto de actores.
Vean, vean. Hacia el tramo final, asomó la cabeza Donal Logue, el inolvidable protagonista de la añorada Terriers,
un tipo con presencia y gravedad en la mirada; su continuidad para el
próximo año es una excelente noticia. [No, la aparición de Joel McHale no resultó especialmente memorable: ni su insípido personaje ni su actuación, sorry].
-Estéticamente, Sons of Anarchy
es una serie enfática y autoconsciente. A veces, demasiado. Las
secuencias musicales de montaje solían funcionar de vicio, pero llevan
años cansando de tanto abusar de ellas. La única realmente memorable
para mí fue la que cierra “Darthy” (5.12.), el momento emocional más conseguido del año junto con la despedida de Opie. Con ese aroma de spaguetti Morricone, la imponente “The Whistler” refuerza la caída de Clay Morrow
y la tragedia anticipada del resto del club. Ay, esa imaginería
espectacular y rabiosa que tanto nos cautivó en los albores de la serie…
-Por cierto, para tener más de sesenta tacos, en esa escena queda claro que Ron Perlman está mazadísimo.
-Si el año pasado se despidieron con una versión libre del clásico de The Animals, esta vez han remozado el “Simpathy for the Devil” de los Stones. Me mola.
-¿Quién creéis que ha arrojado a Tara al trullo? ¿La pérfida Gemma para recuperar a sus nietos o el prometedor Lee Toric para vengar a su hermana? Quiero apostar por la Teller.
-Me cuesta tragarme que un psicópata como Tig Trager
esté tan concienciado con la defensa de los perros de pelea. ¡Si
durante muchos momentos de la serie se ha comportado como el dueño de la
perrera, demonios! Esto debe de ser la adaptación motera de los
gángsters que lloran en la ópera.
-”It’s so wrong“, tenían por lema en The Shield, sobre todo cuando el amigo Sutter
maquinaba alguna de sus burradas. Aquí han obsequiado muchas a lo largo
de cinco años; la de la lengua en el cristal -una estupidez para evitar
declarar si lo analizamos con un mínimo de lógica- gana por goleada.
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